Con este nombre se da a conocer
un restaurante muy famoso en Bogotá. Hay dos, uno en Chía, a unos 30 kilómetros
de Bogotá y otro en Bogotá D. C., cerca del centro comercial Andino. Su
creador, fue un señor que montó una pequeña discoteca, le fue bien, y poco a
poco se fue ampliando.
Aunque no creíamos tener mesa
llamando con poca antelación, el caso, es que llamé el sábado a las 18.00h y
nos dieron mesa para esa misma noche. Eso sí, teníamos que llegar antes de las
20.00h, en caso contrario te cobran cover
de 20.000 pesos por persona (unos 10 euros), que es como una entrada. Y la
cobran a todo el mundo a partir de esa hora, incluso aunque tengas mesa
reservada para cenar. Así que nos
arreglamos en un tris, y a las 19.30h
estábamos entrando por la puerta de Andrés Carne de Res.
Aunque el nombre hace honor a una
extensa carta de carnes y asados, lo cierto es que tienen de todo. La carta viene presentada como si fuera una
revista, con artículos, publicidad, fotos y los precios de los platos. Sale
mensualmente y la puedes comprar si te hace ilusión llevártela a casa.
Todo en Andrés Carne de Res está
tematizado. Las botellas de vino de la casa, vienen con el nombre del
restaurante, las botellas de agua, los vasos, copas, platos, cubiertos, los
delantales de los camareros, las tazas de café,… absolutamente todo. Y como el
diseño es tan bonito, a la salida del local hay una tienda donde puedes comprar
lo que quieras. Es una buena acción de marketing, porque los diseños son muy
bonitos, con corazones y vivos colores. Yo intenté meterme en el bolso un bol
donde me sirvieron un mojito sin alcohol, pero Pepe me retuvo, y menos mal porque a la salida te hacen abrir
el bolso por si caes en la tentación de llevarte algo.
El restaurante tiene 4 plantas, y
en todas hay mesas para cenar, cocina y barra para bebidas. Es enorme. Cada
planta tiene un nombre: el cielo, el purgatorio, el limbo,...
La entrada al restaurante es
espectacular: una manada de vacas de diferentes diseños y colores, en función
de su patrocinador te dan la bienvenida. Hay una vaca patrocinada por la
cerveza Águila que tiene alas, otra que lleva turbante, otra hecha con chapas
de cerveza. Tras pasar el mostrador del cover,
subes unas escaleras metálicas y ya estás dentro del restaurante. Por el techo
hay colgadas cientos de luces rojas, y sobre cada mesa hay una luz en forma de
corazón con un nombre. Ese es el nombre de tu mesa. El nuestro era Bárbara. En
el centro del salón hay un escenario y lo curioso es la mezcla de estilos en
todo el local. Se combinan objetos que jamás pensarías que puedan quedar bien,
pero no sé de qué manera, allí quedan perfectamente. Un espejo con marco
dorado, colgadores de madera con volutas, una bola giratoria de discoteca, un
container de los que se ven en transporte marítimo, cortinas de raso estilo
teatro, sillas de madera, mesas metálicas, vasos de cerámica rústicos, copas de
cocktail de diseño,… O queda bien por casualidad, o está cuidadosamente
estudiado. El resultado: un ambientazo para pasar una noche de lo más
divertida.
Al llegar nos preguntaron si
celebrábamos algo y yo les dije que era la primera vez en casi 2 años que mi
marido y yo salíamos a rumbear juntos. Así que a media cena, vinieron un grupo
de músicos que nos cantaron canciones, nos pusieron una banda a las chicas que
ponía que te vaya bonito, y una
medalla a los chicos que ponía comensal
ilustre. Lanzaron corazones de papel al aire y nos echamos unas risas.
Después de cenar, o al mismo tiempo, depende de cuando hayas
llegado, la música empieza a subir de volumen, algunas personas atrevidas se
arrancan a bailar entre las mesas y una docena de animadores disfrazados con
pelucas, ropas brillantes y maquillajes, instrumentos y muchas ganas de rumba, salen a la pista.
El ambiente se caldea, y poco a
poco la gente va dejando sus mesas llenas de copas de alcohol vacías, para bailar. Las copas no son nada baratas,
pero la gente bebe como si las regalaran. Hay una carta larguísima de
cocktails: mojito, caipiriña, pisco sour, margarita,
cosmopolitan, cuba libre,... y tantos otros que no logro recordar. Con
tanto alcohol en las venas la gente se desinhibe, tanto ellos como ellas. Las
mujeres cogen a los hombres y los sacan a bailar, bien pegaditos. Con nosotros
estaba un compañero de trabajo de Pepe, recién casado, y lo sacó a bailar una paisa (así se les llama a las mujeres de
Medellín, con fama de ser muy guapas), le pegó dos movimientos de cadera, y el
pobre se asustó y salió de allí con la cola entre las piernas. ¡Nunca mejor
dicho! Pepe dijo que sería un buen lugar para celebrar alguno de sus CUJ. Doy
fe.
Para dejar la ropa, nada de
guardarropía con perchas: te dan un saco tipo petate, donde metes toda la ropa dudosamente bien doblada, lo
cierran con un candado y lo guardan en unas mesas, junto con cientos de sacos
apelotonados. Te dan la llave, con el número del saco correspondiente.
Milagrosamente, cuando vas a buscarlo, lo encuentran.
Sobre las 3.00h cierran las
puertas, y al salir hay un servicio de conductor, por si has bebido demasiado.
A las personas que conducen tu coche se les llama ángeles de la guarda, y razón no les falta, porque te llevan a tu
casa sano y salvo. Otra opción un poco más barata e igualmente segura es coger
un taxi concertado, de los que paran en la salida del restaurante. Eso sí, la
cola es enorme y estuvimos esperando casi 45 minutos. Pero es mejor no
arriesgarse a conducir bebido, por los controles policiales y la cantidad de gente
que cruza la calle casi sin mirar.
Nos encantó el sitio. Se come
bien, hay buen ambiente, puedes cenar, bailar y tomar copas en el mismo sitio.
No es barato, pero es una buena carta de presentación para los visitantes a
Bogotá. Os lo recomiendo.
Totalmente de acuerdo. Es un sitio inolvidable, a nosotros, por lo menos, no se nos olvidará nunca. Gracias por el magnífico fin de semana
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