Después de pasar los primeros días en La Habana, alquilamos un coche marca Geely que parecía un poco atrotinado pero nos llevó sin problemas por media isla. Pusimos rumbo a Pinar del Río, la provincia más occidental de Cuba. Esta zona alberga dos reservas de la Biosfera de la Unesco y el Valle de Viñales es Patrimonio Mundial de la Unesco.
Llegar fue todo un logro porque las indicaciones y carteles brillan por su ausencia. Incluso el mapa de carreteras que nos dieron al alquilar el coche dejaba mucho que desear. Nos guiamos por las indicaciones que nos daban los guajiros, aunque en varias ocasiones nos dijeron cosas distintas unos y otros o sencillamente no te aclaraban nada, eso si, ellos ponían toda su amabilidad y buena intención.
Lo que mas nos ayudó fueron los mapas de nuestra Lonely Planet y algo de intuición y orientación.
Así que en unas 3 horas llegamos al pequeño y encantador pueblo de Viñales. Nos dirigimos a la casa donde debíamos alojarnos, era casa Osviel. No sin antes dar un par de vueltas de reconocimiento. Después de una cálida bienvenida nos dijo que su casa estaba llena y que teníamos las habitaciones reservadas en casa de su prima. ¿Como?. Así que nos llevó a casa de Esteban y Margarita. Salió a nuestro encuentro toda la familia, Clara, la mama, Esteban, el papa, Jaqueline, la hermana y la entrañable Margarita.
Regateamos el precio con Osviel y pactamos 15.000 cuc por habitación y noche. Entonces él desapareció y aunque dijo que volvería para explicarnos cosas por hacer en la zona y que en su página se jacta de ser buenísimo organizando excursiones, lo cierto es que no le vimos más el pelo.
Después que Margarita nos hiciera sentar para "charlar", nos ofrecieron un delicioso zumo de frutas de papaya, mango y piña. Nos lo dio diciendo "si quieren lo toman y si quieren no, aquí no obligamos a nadie". Los siguientes minutos se dedicó a explicarnos todo lo malo que nos podía pasar si hacíamos excursiones sin su compañía o si íbamos a comer a restaurantes fuera de su casa. Hicimos caso omiso, claro está y de hecho descubrimos unos paladares buenísimos en centro del pueblo, como El Olivo donde degustamos una fantástica paella de marisco.
Entre las cosas qué había por ver empezamos por la Cueva del Indio. La cueva fue una antigua morada indígena. El primer tramo se hace a pie. La cueva está iluminada con luz eléctrica blanca cosa que la hace poco misteriosa. Lo mejor, fue la salida a la luz en lancha motora y sobre agua fangosa. En esa misma agua fuimos testigos de un divertido baño.
La segunda visita fue a un mural prehistórico que pretendía ser un recuerdo a las dotes artísticas de nuestros antepasados más lejanos. Nos quedamos de piedra al ver que el mural en si eran unas pinturas de 120 metros en una pared de roca gigante relacionadas con la prehistoria: un caracol, dinosaurios, monstruos marinos y seres humanos. Todos ellos simbolizan la teoría de la evolución. El mural fue pintado en 1961 y no tiene nada de interés histórico. Todos coincidimos que es horrible y de mal gusto.
Al lado del "mojón", como bautizamos al mural, empezaba una ruta de 3 horas que tenía como destino Los Acuáticos, una población que recibe este nombre debido a seguidores de Antoñica Izquierdo, quien descubrió el poder curativo del agua cuando los campesinos de esta zona no tenían acceso a medicinas convencionales. El última patriarca que practicaba la terapia acuática murió en 2002 y se llevo el secreto consigo. Actualmente solo quedan dos familias. El lugar es remoto y de fácil acceso ya que solo se puede llegar a pie o a caballo. Pero las vistas desde el punto más alto son espectaculares.
Cuando llegamos nos recibieron muy amablemente y nos ofrecieron un zumo de caña de azúcar "guarapo". El mecanismo para exprimir la caña es 100% natural. Se coge 4 o 5 cañas de azúcar y se pasan entre dos rodillos a modo de prensa movidos por una manivela manual, de manera que la presión de los mismos hace que la caña de azúcar deje ir todo su zumo. Las cañas se pasan hasta 3 veces para exprimir hasta la última gota. El resultado es delicioso, un zumo de dulzor natural, cargado de vitaminas y minerales y libre de toda química. Que delicia.
De vuelta a Viñales paseamos entre los Mogotes: son montañas de forma redondeadas cubiertas de vegetación. Entre ellos se cultiva café, tabaco, caña de azúcar, naranjas, aguacates y plátanos. El paisaje de los Mogotes me recordó a la Bahia de Halong en Vietnam, solo que en este caso sin agua.
Casi al final del recorrido subimos hasta una cueva donde nos dijo el guía que nos acompañaba, que se usaba como refugio en caso de guerra.
Tras la caminata era la hora de comer y fuimos al centro de Viñales. Después de comer nos encontramos con una churrería callejera de lo más simple, pero que hacía unos deliciosos churros al gusto.
El negocio constaba de una mesa metálica, a un lado había un depósito metálico con una rueda por donde salía la pasta de churros y caía a una pequeña freidora con capacidad para 5 churros. Al otro lado de la pequeña mesa había una chica que cogía los churros y los ponía en un cucurucho de papel y los aderezaba al gusto: azúcar, leche condensada, cacao en polvo, canela, virutas de colores,... Un festival. Riquísimos.
Al caer la tarde fuimos al Hotel Los Jazmines a tomar un mojito en su piscina y a deleitarnos con las
Por la noche nos acercamos a tomar unas Bucanero y Cristal, las cervezas más conocidas de Cuba, a un bar del centro de Viñales. Las mesas tenían manteles llenos de lamparones y la camarera era bigotuda pero nos divertimos mucho comentando el día y recordando los sabios consejos de Margarita.
Luego fuimos a cenar a casa y pudimos degustar algunas especialidades cubanas: arroz moro, fríjoles, pescado frito, yuca y patatas fritas, ensalada de tomate y pepino, ensalada de frutas,... Tras la cena organizamos el día siguiente y decidimos irnos a Cayo Levisa. Así que pedimos la cuenta, pagamos y nos acostamos.
Buenas noches.
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