Estos meses de julio y agosto están siendo bastante
extraños. En Bogotá no hace calor, no hay playa y no tenemos la sensación que
estemos en los meses de verano. Nos parece eterno otoño.
Como fuimos a España en Mayo y Junio, todavía no hacía
tiempo de playa. Así que la semana pasada nos fuimos a uno de los destinos
preferidos por los bogotanos, Santa Marta.
Santa Marta es la capital del departamento de
Magdalena. Está situada en la costa del Caribe y el sol, el calor, el ron y la
rumba están asegurados.Nuestra primera parada fue Taganga. Es una pequeña
ciudad situada en una bonita bahía al lado de Santa Marta. Es una zona de
backpackers llena de hostels y está muy bien ubicada para visitar el Parque
Nacional de Tayrona, bucear, hacer caminatas,... Está a medio camino de los
lugares de interés.
En mi último viaje a España me traje conmigo una de
las mochilas que nos han acompañado en el camino de Santiago, Perú, India y
nuestro viaje de 9 meses alrededor del mundo. Nos hacía mucha ilusión recuperar
la vida de mochileros viajeros.
Enseguida nos dimos cuenta que todo no cabía en
nuestra querida mochila y es que ahora somos tres. Así que también preparamos
nuestra buena compañera de viaje Samsonite. Era como lanzar un mensaje de
"Eh, nosotros hemos sido mochileros y aunque estemos un poco retirados,
todavía conservamos el espíritu".
Así llegamos a La Casa de Felipe, un
hostel muy recomendado en la guía Lonely Planet. El sitio era bonito pero el
calor y los mosquitos estropearon la estancia y sobretodo las noches. El
ventilador que colgaba del techo giraba a toda velocidad pero no era suficiente
para despejar el calor que impregnaba las paredes. Y los zancudos también parecían resistirse a semejante
huracán.
Por suerte, a media noche soplaba
mucho viento fresco y conseguíamos dormir un rato, impregnados en una especie
de Relec local, pulseras anti mosquitos y una mosquitera demasiado pequeña para
una cama doble.
El primer día fuimos a Playa Larga.
Desde la playa de Taganga se coge un barco taxi que te lleva a esta bonita
playa, situada a tan solo 10 minutos. Antes de llegar a la orilla se acercan
varias personas y te ofrecen sus hamacas gratis. La trampa, si se puede llamar
así, es que las hamacas pertenecen a un restaurante y te acabas quedando a
comer allí mismo.
Pasamos la mañana en el agua. Clara es acuática y no
quería salir. Así que Pepe y yo nos íbamos turnando. A la hora de comer nos
trajeron una enorme bandeja con todos los pescados disponibles. Pez Sierra,
róbalo, mojarra, pargo, pargo lobo. Elegimos un róbalo a la parrilla,
acompañado de patacón, ensalada y arroz de coco. Estuvimos en la playa hasta
que estuvo cocinado y nos avisaron. Nos sentamos en la mesa del restaurante con
los pies en la arena y disfrutamos de la vista y la comida.
En Taganga hay otras actividades para hacer, la
mayoría de ellas acuáticas. Hay una especie de churro hinchable que va tirado
de una lancha y el patrón de la embarcación hace caer a su antojo a los que van
subidos en él. Pero la actividad principal es el buceo. Nosotros hicimos
buceo y snorkel, que allí le llaman caretear.
Hay varios centros de buceo. Pepe había estado hace unos meses en el Tayrona
Dive Center para hacer el Open Water y repetimos escuela. Nos subieron en un
barco y nos llevaron a hacer dos inmersiones. Los que no buceábamos hacíamos
snorkel es unas aguas limpias y cristalinas. Yo me bañé con Clara en alta mar.
Me puse un chaleco salvavidas y a ella dentro de un flotador. Disfrutaba con
las olas y el agua fresquita salpicándola.
Desde allí nos llevaron a Playa Brava. Era
literalmente una playa desierta. No había nadie más que nosotras y nadie vino a
excepción de unos pescadores que nos enseñaron un Dorado. Un pez muy curioso
que dentro del mar es amarillo y cuando se va ahogando se vuelve verde-azulado.
Milagros de la naturaleza que aún muriendo una de sus criaturas conserve su
belleza.
Desayunamos y cuando los buceadores se
marcharon para la segunda inmersión, nos quedamos Helena, mi querida vecina,
Ione, la prima, Clara y yo. Las 4 disfrutamos de un rato de paz y tranquilidad
en esa naturaleza virgen.
Pero claro, tocaba regresar a tierra y
la subida al barco fue toda una aventura. Nos vinieron a buscar con el barco de
buceo pero el mar estaba más bravo que a la llegada y no pudo
acercarse todo lo deseado. Tuvimos que acercarnos con las mochilas en las
cabezas para que no se mojaran y subir por la proa del barco para evitar
hacernos daño con los motores. Para subir dos personas te tiraban de arriba y
dos te empujaban desde abajo. Incluso el pescador colaboró en el rescate.
También pudimos disfrutar de la
gastronomía costeña en Babagoush, un restaurante con cierto aire asiático. El
chef es un holandés que hace delicias como curry verde de pescados o sopa de
calabaza con leche de coco y suero.
Disfrutamos
de la cena con la música de las discotecas de fondo. Los locales nocturnos
empezaban a calentar motores y es que Taganga tiene buena fama por la rumba
nocturna. Frente la playa hay varios bares y un par de discotecas que
funcionan hasta pasada la salida del sol. Dimos una vuelta para ver el
ambiente pero no nos pareció adecuado introducir a Clara en el mundo nocturno
todavía.
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La segunda parada de nuestro viaje fue el Parque Nacional de Tayrona.
Contratamos una buseta que
nos recogió en el hostel y nos llevó a la entrada del parque. En ese trayecto
tardamos como dos horas y media porque fuimos haciendo paradas para
recoger personas en otros hostels y paramos a sacar dinero en un cajero.
Los buses, coches, taxis,... solo pueden llegar hasta
el parking del parque. A partir de ahí hay dos opciones, seguir a pie o
alquilar un caballo. Nosotros optamos por la primera opción. Nos pusimos
protección solar, nos rociamos con repelente de mosquitos, dimos un trago de
agua, cargamos a Clara en la Manduca y empezamos a caminar. Un sendero sin
perdida te va guiando. El camino atraviesa rocas, pasarelas de madera, tramos
de escaleras, riachuelos, pasas por debajo de enormes árboles y poco a poco te
vas adentrando en la selva. Lo curioso es que el sonido del mar se hace cada
vez más presente. Y casi de repente la selva se abre y aparece la primera
playa. Desierta, con dos rocas gigantes y un cartel que avisa de no acercarse
demasiado a la orilla para no molestar a las tortugas que quieran poner sus
huevos. Una bandera roja con un dibujo de prohibido bañarse avisa de la
peligrosidad de las aguas. Aún sin bandera no te atreverías a entrar.
El camino continua y si tienes la suerte de ir en temporada
baja, llegas a caminar en soledad y a percibir los ruidos de la selva. El
cantar de los pájaros, el sonido de las hojas secas al pisarlas, animales que
se esconden entre la maleza cuando pasas cerca de ellos, tu propia respiración
alterada por el esfuerzo de alguna subida y el calor... Y el constante ronroneo
del mar.
Después de 1 hora aproximadamente de caminata
finalmente llegas a Arrecife. Es la primera parada si entras al parque desde El
Zaíno. En Arrecife el baño está prohibido y hay un camping donde puedes acampar
en tienda o puedes alojarte en una cabaña. Nosotros nos alojamos en el camping
Don Pedro. Está a unos 5 minutos de Arrecife, selva adentro. Es un lugar
sencillo, muy tranquilo, con buena cocina y buena gente. Como no traíamos
equipo alquilamos la plaza de camping, juntamente con la tienda y las colchonetas.
La mayoría de las tiendas están debajo de unas casitas de palma para aislar un
poco en caso de lluvia. El camping tiene unas precarias duchas al aire libre,
hechas con paredes de tablones de madera y unas tuberías abiertas a modo de
alcachofa. El chorro de agua fría te cae sobre la cabeza sin compasión pero es
muy gratificante tomar una ducha fresca con el cielo como techo.
Si sigues el camino desde Arrecife te encuentras con la
segunda playa, La Arenilla. En ésta te puedes bañar aunque con precaución. Es
una calita pequeña muy cuca con piedras grandes en la orilla y algunos puestos
de jugo natural de naranja y arepas con huevo.
El camino sigue subiendo entre unas piedras y continua
hasta el sendero de la selva hasta llegar a la Piscina. En esta playa el baño
está permitido. La playa es grande y hay varias palmeras, plantas y árboles a
modo de sombrilla donde protegerte del fuerte sol. El agua es cristalina y
aunque no es del color turquesa esperado, lo cierto es que estaba muy limpia y
fresquita. Ideal para combatir el calor con el que llegas a ella. Yo llegué con
Clara a cuestas empapada de sudor.
La tercera playa del parque es el Cabo San Juan de la Guía.
Compite en belleza con la Piscina y tiene una cabañiita de hoja de palma que la
caracteriza. Me recordó a Bali. En la misma playa hay un camping con
restaurante. Esta es la playa más popular para pasar la noche. El baño está
permitido pero unos días antes de que llegáramos un chico se ahogó allí y es
que el agua suele estar muy revuelta y las corrientes son muy fuertes. Parece
ser que es algo habitual.
La
noche en el parque fue muy tranquila y reparadora a no ser por unas pulgas que
andaba por la tienda. Lo bueno es que Pepe cazó a una que me había picado y que
no había mosquitos. Dormirse con el sonido de la naturaleza después de caminar
varias horas por la selva resultó ser muy agradable.
El segundo día Pepe fue a Pueblito. Es una antigua
ciudad kogui, los habitantes actuales de Tayrona, de la que solo se conservan
pequeños fragmentos de senderos de piedra y cimientos de casas. Para subir
hasta allí, Pepe contrató a un guía kogui que apareció con su mujer y un
caballo para Pepe.
La
mujer iba descalza y a mi me pareció que estaba embarazada. Le dije a Pepe
entre risas: con todo lo grande que eres no irás a consentir ir a caballo
mientras una mujer descalza y embarazada hace el mismo recorrido que tu, ¿no?
Nos reímos. Me dijo que no y lo más rocambolesco fue que el que subió a lomos
del caballo, sin escrúpulos, fue su propio marido.
Por
la tarde emprendimos el trayecto de regreso a la civilización y lo hicimos
a lomos de un caballo. Clara y yo íbamos en uno que no tenía ganas de caminar,
mientras que el de Pepe tenía prisa. El camino de herradura es mas corto que el
que se hace a pie. En unos 35 minutos estábamos de regreso al parking del
parque. Aunque fue poco tiempo, eso no impidió llegar con dolor de colita, rodillas y tobillos.
Pero mereció la pena.
Las
dos últimas noches las pasamos en Santa
Marta. Es una pequeña ciudad con un centro histórico muy bonito, con calles
peatonales, bares, restaurantes y algunos bellos rincones. Es la
ciudad más antigua que se conserva en Sudamérica y la segunda ciudad colonial
más importante de la costa colombiana del Caribe. Rodrigo de Bastidas puso la
bandera española aquí en 1525. Cuando empezaron los saqueos, comenzaron los
enfrentamientos con los indígenas. A finales del S.XVI los tayrona fueron
aniquilados y los objetos de oro, fundido por los españoles para llenar las
arcas de la Corona.
En
el corazón de la ciudad está el parque de los novios. La plaza está rodeada de
bares, restaurantes y discotecas.
Me
sorprendió la cantidad de locales regentados por extranjeros,
gallegos, vascos, italianos, peruanos,... El ceviche, el pulpo braseado, el
arroz de camarón, el carpaccio de salmón, los langostinos, el pargo,... son
algunas delicias de la zona.
Santa
Marta también tiene playa, pero deja mucho que desear. Está situada al lado del
muelle de carga del puerto. Es estrecha y el día que fui a ver el atardecer
estaba a rebosar de gente. No me gustó.
A
unos 20 minutos del centro esta Rodadero. Viene a ser como una especie de
Benidorm. Grandes hoteles, altos edificios de apartamentos y una playa bonita.
No dedicamos tiempo a esta zona.
Visitamos
la Catedral. Un pequeño edificio encalado situado en un paseo lleno de bancos y
tiendas. Algunos fieles rezaban en los bancos de la Catedral y aprovechamos
para encender una vela a Santa Marta y otra a una Virgen que fue en regalo de
los reyes de España a la ciudad.
Nosotros
nos alojamos en el hostel Aluna. Regentado por un irlandés. El hostel tiene dos
plantas. La primera con ventiladores y la segunda con aire acondicionado. Todas
las habitaciones dan a un patio central. Sirven desayunos abundantes y
económicos y comidas sencillas con una buena relación calidad-precio.
Recomendable en habitación con aire acondicionado. Nosotros estuvimos una noche
con aircon y otra con ventilador y hace demasiado calor para que el ventilador
haga efecto.
Han
sido unos días de relax, calor y playa. En todo momento tuvimos sensación de
seguridad. Es una buena opción para salir del frío de Bogotá, pero no hay que
esperar playas muy espectaculares.
De
todo, lo que mas me gustó fue esa fusión entre selva y playa. Pude hacerme una
ligera idea de lo que sería para los colonizadores descubrir esa belleza
escondida entre la vegetación.
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