lunes, 7 de diciembre de 2009

LA OFRENDA


Son las 6 de la mañana, el despertador ha sonado y piensas: “Buff, no me levanto”, pero si quieres vivir una de las experiencias más religiosas de Laos tienes que hacer un esfuerzo por quitarte la morriña.

A las 6:30 ya estábamos en la calle, todavía no ha salido el sol y una ligera neblina cubre toda l ciudad. No obstante, se puede observar en la calles un vaivén de personas considerable, muchos de ellos llevan unos recipientes cilíndricos hechos de palma como si fueran tuperwares que contienen sticky rice (arroz típico de Laos). Poco a poco, las personas se sienten en las aceras sobre unas alfombras de mimbre formando unas largas filas mirando a la calle.

Poco a poco, el vaivén de personas empieza a aquietarse, y todas van tomando su asiento en un silencio relativo propiciado más por las tempranas horas de la mañana que por la solemnidad del acto requiere. En ese instante, empezamos a vislumbrar en la lejanía algunas formas de color naranja que se acercan hacia nosotros por la acera. A pesar de la poca visibilidad se reconocen que son monjes budistas ataviados con sus coloridos hábitos naranja y amarillo chillón. En sus manos portan un bol de bronce donde los fieles ofrecen pellizcos de sticky rice a modo de limosna. A parte de arroz, también se ofrece algunas frutas como plátanos, algunas chocolatinas y billetes envueltos en plástico.

El acto es muy bonito de ver ya que hay cientos de monjes en fila recibiendo las limosnas de los devotos que en un signo de humildad los ofrecen de rodillas.

A parte de esto, también puedes ver a cientos (por no decir miles) de flashes disparándose a la vez para tomar instantáneas de tan sagrado acto. En cierto modo esto merma un poco el encanto de la experiencia, pero he de reconocer que es difícil resistir la tentación de tomar fotos.

Luego hicimos lo mejor que podíamos hacer, ir a tomar el desayuno y echarnos un par de horas hasta que el sol hubiera despejado la neblina matutina. Esto en Sevilla se llama una “siesta mañanera”.

Cuando nos volvimos a levantar, cogimos un tuktuk que nos llevó a Tat Kuang Si, unas cascadas situadas a 32 Km al norte de Luang Prabang. Cerca de la entrada hay un centro de protección de Oso Pardo de Asia. Son un poquito más grandes que el Oso Panda, pero todos negros excepto su pecho que es de color blanco en forma de V. Según parece, hay contrabando de estos animales en Asia, y los que aquí podéis ver fueron rescatados de las zarpas de una mafia que pretendía venderlos en la China. Fuera se podía leer que utilizan la bilis del oso en la Medicina Tradicional China. Suerte que los han salvado, aunque las condiciones en las que viven ahora son similares a una prisión donde tienen poco espacio natural para ellos y a la noche los encierran en jaulas. Aún así y todo, parecían felices con sus cacahuetes escondidos dentro de los troncos, sus plátanos y algunas verduras que se comían en su desayuno matutino.

Luego caminamos unos 5 minutos para llegar a unas pequeñas cascadas donde la tierra caliza había formado algunas piscinas de aguas azul turquesa. En la parte superior, se podía disfrutar de una cascada mucho más espectacular con sus 50 metros de altura. Una pequeña excursión de 30 minutos ascendiendo por un escarpado sendero te lleva a ver la perspectiva inversa. Es decir, ver como las aguas caían al vació desde esta altura. Una excursión interesante para con poco esfuerzo adentrarte dentro de un paisaje muy natural y selvático, aunque demasiado turístico para tildarlo de auténtico.

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