Cienfuegos está situada en la provincia del mismo nombre. Dicen que
si Cuba tiene un París, es Cienfuegos. Desde hace mucho tiempo la llaman la
perla del sur de Cuba. Y razones no le falta. Es una bonita ciudad situada en
una bahía en la que los franceses
llegaron en 1819 y dejaron su huella en el diseño neoclásico de la ciudad.
Nosotros llegamos a media noche.
Tras dejar atrás Cayo Levisa cogimos nuestro Geely y decidimos hacer medio
camino hasta Cienfuegos. Pero fuimos haciendo kilómetros y kilómetros y cuando
nos dimos cuenta estábamos a 50 km de distancia. Intentamos buscar un
alojamiento para pasar la noche pero no encontramos nada, ni tan solo un
restaurante donde comer algo, así que compramos unos bollos de pan en una
gasolinera, nos subimos al coche y llegamos a Cienfuegos del tirón. Nos costó
entre 8 y 9 horas. Lo bueno es que dormimos allí.
Nos costó poco encontrar un
hostal en una antigua casa colonial preciosa. Las habitaciones eran gigantes,
llenas de muebles antiguos. Las camas eran altas, de esas que tienes que casi
tienes que escalar para subir. Los techos igualmente altos con volutas
adornando las esquinas y algún que otro mosquito merodeando por allí.
El día siguiente amaneció
radiante y caluroso. Nos sirvieron un completo desayuno a base de huevos al
gusto, ensalada de fruta, zumo, pan, mantequilla, mermelada, queso, café y
leche. Cogimos los imprescindibles:
gorra, protector solar, agua y cámara de fotos y salimos a descubrir esa
joya.
Nos dejamos perder en dirección
al Parque José Martí. El parque está rodeado de bellos edificios como la
Catedral de la Purisima Concepción, el Teatro Tomás Terry, el Colegio San
Lorenzo, la Casa de Cultura Benjamín Duarte, el Arco del Triunfo, el Museo Provincial,
el Palacio de Gobierno y la Casa del Fundador. Todo de impecable estilo
neoclásico.
Seguimos bajando el dirección al
mar por una calle peatonal salpicada con pequeños puestos de artesanías
locales. Cuando llegamos al final vimos un coche de caballos esperándonos.
Pactamos un buen precio, compramos una Bucanero y tres Cristal y pusimos rumbo
al Paseo del Prado, un excelente paseo plagado de edificios neoclásicos y
columnas de color pastel. El paseo de convierte en el Malecón hasta llegar a
Punta Gorda. Nos bajamos del coche de caballo y seguimos nuestro recorrido a
pie. Las vistas de la bahía son preciosas, la poca gente, el sol, la suave
brisa y el paseo entre el viejo barrio de la clase alta de Cienfuegos, nos
abrió el apetito.
Así que nos dirigimos al Paladar
Aché. Los paladares son restaurantes familiares que se permite gestionar de
forma privada siempre que paguen un impuesto mensual. Muy típicos y
recomendables en Cuba. El sitio está decorado entre motivos naúticos y tribales
africanos. A lado de nuestra mesa había un pequeño lago con patos de plástico
que encandilaron a Clara. Y junto a la pared de la entrada había una
reproducción en miniatura de Cienfuegos en relieve, donde nos hicimos la foto de rigor.
Con las barrigas llenas nos
dirigimos a buscar el coche nuevamente. Nos montamos y pusimos rumbo a
Trinidad.
La casa era enorme. Nuestras
habitaciones estaban en la parte de arriba. Había que subir unas estrechas
escaleras con un desnivel parecido al de las pirámides y los escalones eran de
alturas diferentes. Un verdadero peligro. En la parte de atrás y frente nuestra
habitación había una pequeña terraza cubierta que daba a un jardín lleno de
flores y árboles frutales.
Nos instalamos,
nos cambiamos de ropa y salimos. Olga y Antonio se adelantaron. Clara y
yo nos unimos un poco más tarde. Y Pepe fue el último en llegar. El punto de
encuentro fue una placita preciosa con unas largas escaleras que me recordó un
poco a la Plaza España de Roma. En la
parte de abajo había grupos de música en directo. Tocaron tres. Uno detrás de
otro. Eran grupos sin muchas pretensiones en cuestión de instrumentos. Recuerdo
dos chicas que acompañaban sus increíbles voces con unas maracas y otro
instrumento parecido a un trozo de bambú con un palo con el que frotaban el
bambú. Pero es que no hacía falta nada más. El ritmo, el son, el sabor, todo
estaba en perfecta harmonía. En la parte de arriba de las escaleras había
varios bares con mesas y sillas. No sentamos a degustar un mojito y a
deleitarnos los oídos y la vista. Incluso por las escaleras también había gente
sentada escuchando y charlando. Pasamos un rato delicioso.
Un poco más tarde estuvimos
paseando por las calles empedradas apena con tráfico del centro. Un restaurante
allí, un bar allá, una tienda de souvenirs más lejos, la Plaza Mayor, las
fachadas de casas bajitas pintadas de colores… No sabría con que quedarme.
Finalmente cenamos en un
restaurante con terraza, donde nos prometieron que tenían de todo. Luego nos
dimos cuenta que lo que no tenían, te lo hacían traer de algún otro restaurante
que si tuvieran. Como pasó con la pizza. Había músicos en directo que
hicieron la espera mucho más amena. Eso y la compañía era el marco ideal.
Al día siguiente nos fuimos a
Playa Ancón. Considerada como la playa
más bonita de la costa meridional de Cuba. Está situada a 12 kilómetros de
Trinidad, así que llegamos en unos 15 minutos en coche. Nos instalamos en unas
hamacas con sombrilla sobre la arena blanca. Pepe y Antonio se fueron a hacer
submarinismo. Y Olga, Clara y yo nos quedamos haciendo castillos en la arena,
bañándonos y tomando el sol.
Cuando los submarinistas
llegaron, todos teníamos hambre. Uno de los camareros que nos atendió con las
bebidas en la playa nos dijo que conocía el mejor restaurante de langosta de
Trinidad. Su tío era el que las pescaba y las vendía en este restaurante.
Fresquitas, fresquitas. Así es Cuba, es genial, siempre hay alguien que conoce
a otro alguien que tiene justo lo que estás buscando.
Y claro, nos dejamos aconsejar y
nos fuimos al Restaurante La Langosta. Es broma, no recuerdo el nombre, pero el
sitio merecería llevar ese nombre. Entramos en un patio decorado con motivos
pesqueros en colores blanco y azul, mesas a la sombra de un porche, un faro
tamaño Pepe y una pequeña piscina.
Todos pedimos langosta. Pero algo pasaba porque pasaban los minutos y las
langostas no llegaban. ¿Sería que el tío pescador no había pescado suficientes?
El caso es que había un grupo grande de turistas y hasta que no se fueron no
llegó nuestra comida. Pasaron aproximadamente entre 1 hora y 1 hora y media. Y
claro en Cuba, toca relajarse. Y así lo hicimos. Fuimos pidiendo bebidas,
hablando, bañándonos en la piscina hasta que llegaron las langostas grillé.
Riquísimas. Y como no tuvimos bastante con una, pues pedimos otra. En pocas
partes podríamos comer langosta a este ritmo sin vaciarte los bolsillos. Y es
que son baratas.
El siguiente paso era o ir al
Valle de los Ingenios y el Topes de Collantes o volver a playa Ancón a dormir
la siesta. Y por mayoría ganó la segunda opción. Estuvimos en nuestras hamacas
hasta el atardecer. Y cuando estuvimos recuperados volvimos a Trinidad para
pasar nuestra última noche.
Fuimos a cenar a un restaurante a
lado de nuestra casa. Mientras cenamos empezaron a tocar dos chicos muy
jovencitos. Y es que en todos los restaurantes hay música en directo. Y por lo
que pudimos comprobar en esa zona de Cuba hay muchísimo nivel musicalmente
hablando. Su música era dulce y cargada de sueños y ganas de triunfar.
Estuvimos hablando un largo rato con ellos después de la cena y les compré su
CD de música. Se llaman Renacer Cubano y venían de la provincia de Camagüey, donde
dejaron sus trabajos y se mudaron a Trinidad para buscar fortuna. La señora del
restaurante les ayudaba y les daba consejos de cómo debían vestir, de que
debían comer bien y cocinarse. Les hacía un poco de madre. Eso nos estuvo
contando ella misma. ¿Recordáis la película Habana Blues? Pues esa es
exactamente la realidad de los músicos en Cuba.
Estábamos ambientados y nos
hablaron de una discoteca que merecía una visita. Disco Ayala. Pepe decidió
quedarse con Clara en el hotel, así que yo me uní al grupo juerguista con Olga
y Antonio. Buscamos un taxi. Resultó estar medio destartalado, dudo si el
conductor iba bebido y nos llevó por unos caminos que por un momento pensamos
que nos iban a raptar. Pero no, nos llevó directos a Disco Ayala. Bueno
directos, no, tuvimos que subir una calle en obras muy empinada que nos dejó
casi sin aliento. Pero lo recuperamos enseguida al ver que la discoteca en
cuestión era dentro de una cueva. Pagamos y entramos. El interior tenía un
ambiente húmedo y cerrado, la música estaba bien y estaba lleno de locales y
extranjeros.
Nos reímos de lo lindo viendo
escenas chocantes. La que más nos llamó la atención era una mujer de 50 años
con un mulato jovencísimo que le hacía las delicias. Claramente era un hombre
de compañía. A mí me gustó ver eso porque siempre suelen ser hombres mayores
babosos con niñitas. Y como mínimo esta mujer estaba despampanante con su
vestido corto ceñido, su pelo corto y su gracia bailando.
Los cubanos echan los trastos a
las extranjeras de una manera nunca vista. Y es que ellos son muy propensos a
decirte cosas bonitas y sacarte a bailar. Eres la más guapa que han visto
nunca, se quieren casar contigo… Cierto o no, la realidad es que te suben la
autoestima por las nubes y te ríes un buen rato. Después acabamos caminando con un grupo de cubanos por callejuelas de Trinidad y nos llevaron a un supuesto after hour, pero no era más que un restaurante donde seguir bebiendo o comer algo. Estuvimos un rato más con ellos y cuando ya no había nada más que hacer nos volvimos caminando al hotel. Una noche memorable.