sábado, 9 de enero de 2010

LA ÓPERA


“The Sídney Opera House” es el icono más famoso de la ciudad. La ópera fue diseñada por el danés Jorn Utzon.

Se dice que el diseño está inspirado en gajos de naranja, caracoles, hojas de palmera y templos Maya. Tiene una altura de 67 metros y todo el techo está completamente cubierto por 1.056.000 baldosas que pesan 27.230 toneladas. El edificio tiene 4 salas-auditorio principales para espectáculos de danza, conciertos, opera y teatro; además de otra sala para artistas emergentes. La acústica es sublime y la estética interior imita la barriga de una ballena. Se celebran unos 2.400 eventos anuales.

El enclave donde está situado tan emblemático edificio, no hace sino, aumentar su belleza. En pleno puerto, junto al mar y con el puente de Sídney de fondo. Precioso. Algunos de los ferris que forman la red de transporte marítima pasan alrededor de la ópera. Es muy buen momento para poder admirar su belleza por los 4 costados.

Un amigo que conocimos en Nepal de origen Alemán es un enamorado de Australia. Nos dijo algunas de las cosas imprescindibles por hacer y entre ellas estaba ir a la ópera a ver alguno de los espectáculos que hacían. Y eso hicimos, nos compramos unas entradas para ver “Balé du Rua”, un espectáculo brasileño de danza y música de la calle. Pura adrenalina.


El asistir a la Ópera es todo un evento. Las mujeres visten sus mejores galas, semejantes a lo que te pondrías para ir a una boda: vestidos brillantes, zapatos de tacón, bolso a juego, maquillaje de noche y peluquería. Los minutos antes de la función la gente los dedica a tomar una copita de vino blanco, tinto o champagne. Eso sí, ¡a 8 AUD la copa!

A los pies de la Ópera está el bar de la Ópera. Cuando la puesta del sol de avecina, la gente guapa de Sídney se deja ver por allí para tomar copas y escuchar muy buena música en directo.

Era muy chocante ver semejante desfile de glamour desde nuestras chanclas medio destrozadas de todo el viaje y la mochila Coronel Tapioca que casi no cierra la cremallera. Eso sin contar con que nuestra cena fue sentados en un banco y consistió en una gran cesta de fish & chips llena de calamares, mejillones, gambas, pescado rebozado y patatas fritas.

Pero allí estábamos dispuestos a disfrutar del momento más allá de las apariencias. Y lo conseguimos, aunque no pudimos decir que no a una copita de vino blanco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario