sábado, 30 de marzo de 2013

CIENFUEGOS Y TRINIDAD

Cienfuegos está situada en la provincia del mismo nombre. Dicen que si Cuba tiene un París, es Cienfuegos. Desde hace mucho tiempo la llaman la perla del sur de Cuba. Y razones no le falta. Es una bonita ciudad situada en una bahía  en la que los franceses llegaron en 1819 y dejaron su huella en el diseño neoclásico de la ciudad.

Nosotros llegamos a media noche. Tras dejar atrás Cayo Levisa cogimos nuestro Geely y decidimos hacer medio camino hasta Cienfuegos. Pero fuimos haciendo kilómetros y kilómetros y cuando nos dimos cuenta estábamos a 50 km de distancia. Intentamos buscar un alojamiento para pasar la noche pero no encontramos nada, ni tan solo un restaurante donde comer algo, así que compramos unos bollos de pan en una gasolinera, nos subimos al coche y llegamos a Cienfuegos del tirón. Nos costó entre 8 y 9 horas. Lo bueno es que dormimos allí.

Nos costó poco encontrar un hostal en una antigua casa colonial preciosa. Las habitaciones eran gigantes, llenas de muebles antiguos. Las camas eran altas, de esas que tienes que casi tienes que escalar para subir. Los techos igualmente altos con volutas adornando las esquinas y algún que otro mosquito merodeando por allí.

El día siguiente amaneció radiante y caluroso. Nos sirvieron un completo desayuno a base de huevos al gusto, ensalada de fruta, zumo, pan, mantequilla, mermelada, queso, café y leche.  Cogimos los imprescindibles: gorra, protector solar, agua y cámara de fotos y salimos a descubrir esa joya.

Nos dejamos perder en dirección al Parque José Martí. El parque está rodeado de bellos edificios como la Catedral de la Purisima Concepción, el Teatro Tomás Terry, el Colegio San Lorenzo, la Casa de Cultura Benjamín Duarte, el Arco del Triunfo, el Museo Provincial, el Palacio de Gobierno y la Casa del Fundador. Todo de impecable estilo neoclásico.




Seguimos bajando el dirección al mar por una calle peatonal salpicada con pequeños puestos de artesanías locales. Cuando llegamos al final vimos un coche de caballos esperándonos. Pactamos un buen precio, compramos una Bucanero y tres Cristal y pusimos rumbo al Paseo del Prado, un excelente paseo plagado de edificios neoclásicos y columnas de color pastel. El paseo de convierte en el Malecón hasta llegar a Punta Gorda. Nos bajamos del coche de caballo y seguimos nuestro recorrido a pie. Las vistas de la bahía son preciosas, la poca gente, el sol, la suave brisa y el paseo entre el viejo barrio de la clase alta de Cienfuegos, nos abrió el apetito.







Así que nos dirigimos al Paladar Aché. Los paladares son restaurantes familiares que se permite gestionar de forma privada siempre que paguen un impuesto mensual. Muy típicos y recomendables en Cuba. El sitio está decorado entre motivos naúticos y tribales africanos. A lado de nuestra mesa había un pequeño lago con patos de plástico que encandilaron a Clara. Y junto a la pared de la entrada había una reproducción en miniatura de Cienfuegos en relieve, donde  nos hicimos la foto de rigor.



Con las barrigas llenas nos dirigimos a buscar el coche nuevamente. Nos montamos y pusimos rumbo a Trinidad.

¿Qué puedo decir de Trinidad? Lo tiene todo. Sencillamente me enamoró. Teníamos el hotel en una casa cubana que por algún motivo, y aún teniendo reserva confirmada no tenía disponibilidad para todas las noches solicitadas. Mientras la propietaria nos buscaba una alternativa nos acompañó a la terraza, nos acomodó en unos sillones de forja y nos sirvió unos deliciosas jugos de guayaba. Al cabo de 5 minutos nos dijo que ya estaba todo arreglado y que su amiga y vecina tenía disponibilidad para todas las noches. Así que nos instalamos en Casa Belkis. Los nombres de los cubanos, sobretodo de ellas, son de telenovela.

La casa era enorme. Nuestras habitaciones estaban en la parte de arriba. Había que subir unas estrechas escaleras con un desnivel parecido al de las pirámides y los escalones eran de alturas diferentes. Un verdadero peligro. En la parte de atrás y frente nuestra habitación había una pequeña terraza cubierta que daba a un jardín lleno de flores y árboles frutales. 

Nos instalamos,  nos cambiamos de ropa y salimos. Olga y Antonio se adelantaron. Clara y yo nos unimos un poco más tarde. Y Pepe fue el último en llegar. El punto de encuentro fue una placita preciosa con unas largas escaleras que me recordó un poco a la Plaza España de Roma.  En la parte de abajo había grupos de música en directo. Tocaron tres. Uno detrás de otro. Eran grupos sin muchas pretensiones en cuestión de instrumentos. Recuerdo dos chicas que acompañaban sus increíbles voces con unas maracas y otro instrumento parecido a un trozo de bambú con un palo con el que frotaban el bambú. Pero es que no hacía falta nada más. El ritmo, el son, el sabor, todo estaba en perfecta harmonía. En la parte de arriba de las escaleras había varios bares con mesas y sillas. No sentamos a degustar un mojito y a deleitarnos los oídos y la vista. Incluso por las escaleras también había gente sentada escuchando y charlando. Pasamos un rato delicioso.



Un poco más tarde estuvimos paseando por las calles empedradas apena con tráfico del centro. Un restaurante allí, un bar allá, una tienda de souvenirs más lejos, la Plaza Mayor, las fachadas de casas bajitas pintadas de colores… No sabría con que quedarme.

Finalmente cenamos en un restaurante con terraza, donde nos prometieron que tenían de todo. Luego nos dimos cuenta que lo que no tenían, te lo hacían traer de algún otro restaurante que si tuvieran. Como pasó con la pizza. Había músicos en directo que hicieron la espera mucho más amena. Eso y la compañía era el marco ideal.

Al día siguiente nos fuimos a Playa Ancón.  Considerada como la playa más bonita de la costa meridional de Cuba. Está situada a 12 kilómetros de Trinidad, así que llegamos en unos 15 minutos en coche. Nos instalamos en unas hamacas con sombrilla sobre la arena blanca. Pepe y Antonio se fueron a hacer submarinismo. Y Olga, Clara y yo nos quedamos haciendo castillos en la arena, bañándonos y tomando el sol.





Cuando los submarinistas llegaron, todos teníamos hambre. Uno de los camareros que nos atendió con las bebidas en la playa nos dijo que conocía el mejor restaurante de langosta de Trinidad. Su tío era el que las pescaba y las vendía en este restaurante. Fresquitas, fresquitas. Así es Cuba, es genial, siempre hay alguien que conoce a otro alguien que tiene justo lo que estás buscando.

Y claro, nos dejamos aconsejar y nos fuimos al Restaurante La Langosta. Es broma, no recuerdo el nombre, pero el sitio merecería llevar ese nombre. Entramos en un patio decorado con motivos pesqueros en colores blanco y azul, mesas a la sombra de un porche, un faro tamaño Pepe  y una pequeña piscina.



Todos pedimos langosta. Pero algo pasaba porque pasaban los minutos y las langostas no llegaban. ¿Sería que el tío pescador no había pescado suficientes? El caso es que había un grupo grande de turistas y hasta que no se fueron no llegó nuestra comida. Pasaron aproximadamente entre 1 hora y 1 hora y media. Y claro en Cuba, toca relajarse. Y así lo hicimos. Fuimos pidiendo bebidas, hablando, bañándonos en la piscina hasta que llegaron las langostas grillé. Riquísimas. Y como no tuvimos bastante con una, pues pedimos otra. En pocas partes podríamos comer langosta a este ritmo sin vaciarte los bolsillos. Y es que son baratas.


El siguiente paso era o ir al Valle de los Ingenios y el Topes de Collantes o volver a playa Ancón a dormir la siesta. Y por mayoría ganó la segunda opción. Estuvimos en nuestras hamacas hasta el atardecer. Y cuando estuvimos recuperados volvimos a Trinidad para pasar nuestra última noche.





Fuimos a cenar a un restaurante a lado de nuestra casa. Mientras cenamos empezaron a tocar dos chicos muy jovencitos. Y es que en todos los restaurantes hay música en directo. Y por lo que pudimos comprobar en esa zona de Cuba hay muchísimo nivel musicalmente hablando. Su música era dulce y cargada de sueños y ganas de triunfar. Estuvimos hablando un largo rato con ellos después de la cena y les compré su CD de música. Se llaman Renacer Cubano y venían de la provincia de Camagüey, donde dejaron sus trabajos y se mudaron a Trinidad para buscar fortuna. La señora del restaurante les ayudaba y les daba consejos de cómo debían vestir, de que debían comer bien y cocinarse. Les hacía un poco de madre. Eso nos estuvo contando ella misma. ¿Recordáis la película Habana Blues? Pues esa es exactamente la realidad de los músicos en Cuba.

Estábamos ambientados y nos hablaron de una discoteca que merecía una visita. Disco Ayala. Pepe decidió quedarse con Clara en el hotel, así que yo me uní al grupo juerguista con Olga y Antonio. Buscamos un taxi. Resultó estar medio destartalado, dudo si el conductor iba bebido y nos llevó por unos caminos que por un momento pensamos que nos iban a raptar. Pero no, nos llevó directos a Disco Ayala. Bueno directos, no, tuvimos que subir una calle en obras muy empinada que nos dejó casi sin aliento. Pero lo recuperamos enseguida al ver que la discoteca en cuestión era dentro de una cueva. Pagamos y entramos. El interior tenía un ambiente húmedo y cerrado, la música estaba bien y estaba lleno de locales y extranjeros.

Nos reímos de lo lindo viendo escenas chocantes. La que más nos llamó la atención era una mujer de 50 años con un mulato jovencísimo que le hacía las delicias. Claramente era un hombre de compañía. A mí me gustó ver eso porque siempre suelen ser hombres mayores babosos con niñitas. Y como mínimo esta mujer estaba despampanante con su vestido corto ceñido, su pelo corto y su gracia bailando.

Los cubanos echan los trastos a las extranjeras de una manera nunca vista. Y es que ellos son muy propensos a decirte cosas bonitas y sacarte a bailar. Eres la más guapa que han visto nunca, se quieren casar contigo… Cierto o no, la realidad es que te suben la autoestima por las nubes y te ríes un buen rato. Después acabamos caminando con un grupo de cubanos por callejuelas de Trinidad y nos llevaron a un supuesto after hour, pero no era más que un restaurante donde seguir bebiendo o comer algo. Estuvimos un rato más con ellos y cuando ya no había nada más que hacer nos volvimos caminando al hotel. Una noche memorable.

A la mañana siguiente nos dirigimos a nuestra última parada, Santa Clara. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario